WAQCHAKUNAQ KAHUNNIN (Ataúd de los pobres)
En los años 30, la sierra peruana fue testigo de la presencia de los
famosos hacendados (terratenientes), dueños de los más hermosos y
preciados valles andinos. Las haciendas más importantes tenían grandes
extensiones de terreno, abundante cantidad de animales, cientos de
hombres a su disposición y un ataúd.
Este ataúd era un simple cajón construido artesanalmente de madera de
Lambrahan (Aliso), que servía para recoger y trasladar el cuerpo frió de
cualquier buen cristiano (Runa), desde su humilde choza hasta su tumba.
Se dice que este ataúd tenía vida (olfateaba, escuchaba y veía), porque
éste sabía exactamente cuándo, dónde y cómo uno iba a morir. Por eso
horas antes de que algún waqcha (pobre) muera, éste hacía su visita
macabra aprovechando la media noche, a la casa del moribundo y delirante
runa para llevárselo al reino de las sombras.
Otros afirmaban que son las Paqpakas (Lechuzas) los que le cuentan todo a
cerca de sus víctimas. Hasta antes de la Reforma Agraria en muchas
haciendas seguía vigente el uso de este ataúd, como en el caso de la ex
hacienda Inti Watana de Waraypata, donde el mejor arpista era don José
Mendoza, maestro de conjuntos musicales y protagonista de grandes
fiestas. Una noche después de una buena jarana en el kacharpari
(despedida) que se celebró en Kuchuypampa (zona baja de Waraypata), a
pura fuerza, caprichoso y animado por el alcohol logró salirse de la
fiesta para luego dirigirse a su casa.
La noche estaba algo clara, la luna y algunas estrellas titilaban a lo
lejos, mientras que José, cargando a su fiel compañero de trabajo y
romance (Arpa), emprendió su caminata por un estrecho camino hacia su
casa que está en el Rancho (a unos 1500mts).
Este había caminado hasta la altura de la escuela antigua sin novedad.
La luna y las estrellas que le venían acompañando se ubican en el centro
de la noche, la calle del medio (entre la línea férrea y el río
Wilcamayo) está completamente en silencio y sólo se ven las sombras de
los árboles que se confunden con las de las casas de los vecinos. En
esta calle siempre solían dormir chanchos vagabundos y perros. Esa noche
parecía que alguien se los hubiera tragado; no había nada.
A medida que avanzaba y los tragos que había libado momentos antes lo
abandonaban, pasó por Moqomuyurina (lugar donde hacen descansar a las
almas), la luna empezaba a ocultarse entre las nubes junto con las
estrellas. José apresuró sus pasos así como ajustaba con fuerza su arpa
contra su hombro; al mismo tiempo que sentía algunos golpes en su arpa,
como sonidos leves sus cuerdas se templaban por sí solas como si
pretendieran cortar el viento, de rato en rato salían chispas de los
cabezales de las cuerdas y a momentos como si volaran.
Poco a poco se acercaba al puente de piedras (rumichaka). La luna en lo
alto está agonizando; se escucha un sonido raro muy distante, como si
alguien viniera empujandol un bolillo (tronco) por el otro lado del
puente. Su arpa se mueve con más claridad en su hombro de arriba hacia
abajo como pretendiendo adelantarse a la caminata de José. En el preciso
momento que pretendía cruzar el puente vio que algo venía en su
dirección, como un aspa de molino (era el cajón) y de pronto el arpa de
José cobró vida y se lanzó a la contraofensiva.
José, sólo tuvo tiempo para esconderse debajo del puente y escuchar el
griterío de los ríos (Qewarmayu y Willkamayu) cual si fueran barristas o
espectadores de un gran encuentro de titanes (entre el bien y el mal).
La lucha es cruel y poderosa, como el retumbo de las tormentas o rayos
que sacuden el puente. Por momentos salían grandes chispas como el
reflejo de los rayos (illas). Se golpean de lejos a lejos; uno cae y el
otro se levanta, se revuelcan como huracanes levantando polvareda negra;
la pelea es cruenta y feroz.
Mientras que José pálido y sudoriento permanece debajo del puente, sin
importarle el frió y el ruido satánico que emiten estos dos cuerpos
sobrenaturales en su duelo. Esta lucha duró aproximadamente una hora y
media, imponiéndose la fuerza benigna (arpa) que había sido bendecida en
el santuario del Sr. de Huanca (San Salvador- Cusco) frente a la
maligna (ataúd). Ya por la mañana, los primeros caminantes encontraron
en el centro del puente el arpa de José todo maltratado, con las patas
rotas, cuerdas sueltas y arrancadas, sin sus cabezales, etc. y José fue
encontrado semimuerto en la orilla del río Qewarmayu, a un costado del
puente.
Algunos días después José se enteraría que aquella noche que vivió esa
experiencia, estaba agonizando doña Vicentina Orqon, quien vivía en la
zona de Llampachaqra, a 400 mts. del puente de piedras y que gracias a
ése encuentro, ella pudo vivir unos años más, y José también se salvó
gracias a su arpa bendecida.
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